Historia no escrita
En los tiempos anteriores a que Revolución del Clima tuviera sentido un grupo pequeño de jóvenes de siglos anteriores, sin conocerse entre ellos, empezaron a tener una inquietud común, viajar. Olvidaron el significado de los países tras ver en el aire que todo era la continuación de la misma tierra, que las fronteras eran tan imaginarias como las pintadas en los mapas. Y sin saber dónde se acababa lo que llamar casa empezaron a buscar ese límite, así cogieron trenes, autobuses, barcos... sorprendentemente ninguno paraba, cuando uno llegaba a un punto desde allí salía otro, por eso dudaron si acaso la tierra sería más que redonda, infinita. Así vieron pueblos y pueblos y gente y escucharon distintos idiomas, y al llegar a otro pueblo descubrían no sólo las diferencias sino nuevas similitudes, y de pronto olvidaban dónde dormían y despertaban. Al final soñaron que del mismo modo podrían viajar en el tiempo, y que esas caras que les miraban de retratos antiguos, las que tal vez hubiesen visto sus tatarabuelos, pudieran ser las que habían visto antes por la calle. Y el tiempo y el espacio se juntaron en el mismo punto. En ese punto estaban ellos mismos. Tal vez fueran los chicos con más suerte del mundo.
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