miércoles, julio 11, 2007

Toda la noche en la calle



"Me decías cabecita loca, por seguir mis sueños, por romper las olas..."
Eran las canciones de Amaral que escuchábamos en las noches de verano valencianas, las noches cálidas de estrellas y arena. A nosotras no nos faltaba nada cuando íbamos a un concierto y lo pasábamos tan bien que terminabamos en el suelo de la risa. O cuando a la hora de volvernos nos quedábamos largamente filosofando al lado de mi moto hasta que la vecina del primero nos gritaba que si ya íbamos a callarnos o qué. La letra de las canciones vuelve a mi cabeza con ello de "Toda la noche en la calle, cuando llegue el nuevo día dormiremos a la orilla del mar" y quizás no dormíamos pero íbamos a la playa a veces después de salir de fiesta, o incluso llegamos a despertarnos antes de las seis para ver amanecer junto a nuestras guitarras. "Era pronto para todo, tarde para cambiar". Tal vez eso creíamos entonces, antes de los 20, aún aprendiendo las mejores cosas de la vida, decidiendo que sería de nuestras vidas. O hablando de algún futuro imaginario. "Antes de llegar siquiera a conocerte, mucho antes ya te quería, como lo inalcanzable". Eran los últimos años de la adolescencia. "La melancolía es un licor muy caro y no te has dado cuenta ya te he emborrachado". Aunque a nosotras no nos hacía falta alcohol para pasar toda la noche bailando. O intercambiando historias, como los zumos, a veces amargos, otras dulces. Pero siempre estábamos allí, escuchando, o para lo que hiciera falta.
"Ojalá, ojalá nunca cambie esa forma que tienes de estar en el mundo"

sábado, julio 07, 2007

De amores y esas cosas


Hay ciudades de las que te enamoras los veranos.Como San Petersburgo, narrado por sus escritores rusos, Dublín y sus puentes, Uppsala... Puede que sea por la luz, tal vez los reflejos del agua, pero nadie sabe en realidad de qué se enamora uno. Y tal vez en invierno caigan en el olvido en la oscuridad de las noches más frías. O tal vez no. Para entonces guardamos quizás los atardeceres rojos y las tardes de charlas en la calle, ambos interminables. Sería un pecado quizás, si me tocara inventar uno, ignorar la belleza de sus esquinas con rosas o de las calles que en silencio albergan cines chiquitísimos como los de las películas italianas. Así de repente una ciudad brilla y tú estás ahí, en una ciudad de verano. O quizás es que de todas formas ya estabas enamorado.

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